domingo, marzo 02, 2008

MARCHALENES Y LAS MADERADAS

MARCHALENES Y LAS MADERADAS
Tradiciones olvidadas

Juan B. Viñals Cebriá

El río Turia, o Guadalaviar, que tan unido está desde siempre con el arrabal conocido en la antigüedad con el eufónico nombre valenciano de Marjalena que en aquellos remotos tiempos
se encontraba situado a extramuros de vora riu Turia, al norte de la ciudad de Valencia. Nuestro río nace en el pequeño pueblo aragonés Guadalaviar de nombre árabe, es donde nace el llamado río Turia, Blanco, o Guadalaviar que por todos estos, y otros nombres, se ha conocido a lo largo de la historia este río, que tan vinculado a estado desde siempre a la ciudad de Valencia y muy especialmente a nuestro arrabal, donde en ocasiones el lecho del río quedaba fundido con les terres marjalenques, la conca y la hondonada formando todo un mismo ente. De la época que la urbe se encontraba sitiada por las huestes del Cid Campeador, una expresiva elegía árabe que hace mención expresa al –Guadalaviar; río, que tan estrechamente emparentado a estado desde siempre a la vida o la desolación, todo como consecuencia de los cambios originados por las propias circunstancias naturales, o en función de sus cíclicas crecidas y de los procesos de desbordamientos de la red de paleo cauces y torrenteras que discurrían por la parte izquierda donde el viejo arrabal y el río se fundían como un sola cosa.-
“El tu muy noble río Guadalaviar, con todas las otras aguas de que tú muy
bien te servias, salido es de madre e va donde debía.”
***
Nuestro río Turia en su nacimiento discurría por profundos tajos excavados en calizas y areniscas que no dejan ningún espacio para aprovechar sus orillas para los cultivos. En su paso por nuestro arrabal ocurría justo lo contrario unos pocos kilómetros antes de desembocar en su inmensa huerta, en sus margenes inclusive en Parterna, al igual que en nuestro raval se cultivaba la planta del arroz. El río Guadalaviar era tan caudaloso en la más remota antigüedad que fue navegable para los barcos fenicios y cartagineses, quienes remontaban aguas en busca de productos en los poblados ribereños, posteriormente en documentos medievales vinculan el censo por la concesión de los permisos para navegar las barcas hasta las cercanías de Paterna, Marco, 1960 -en su argumentada publicación, ofrece la tesis de Valls, en el que se narra que el transcurso de la tercera década del siglo XV era navegable el río Guadalaviar.
“(…) Alfonso el Magnánimo concedió en enfiteusis a Bernardo de Basaldú el derecho de tener barcas en el Guadalaviar desde Paterna al mar con censo de un morabitin de oro por cada barco que tuviese, todo ello para obviar
los peligros que existían.
Durante siglos, las gentes de los Serranos y del Rincón de Ademuz, sobrios moradores del norte de la provincia de Valencia, fueron los encargados de conducir, con pericia y en arriesgadas travesías río abajo, los troncos cortados de aquellos montes, hasta que concluían diestramente almacenados en la llanura, o en la conca junto la Rambla de la antiquísima Marjalena/Marchalenes, todas estas cuadrillas de guías de las arriesgadísimas maderadas, eran considerados por su valentía y arrojo, con el calificativo de intrépidos. Rivalizaban en tan codiciada habilidad y bravura las cuadrillas de gancheros conquenses que sobre el río Quélaza (Cabriel), quienes conducían la maderada al sur de la provincia de Valencia, concretamente hasta Alcira, en la Ribera Alta y, desde esa importante ciudad, eran reconducidos nuevamente los troncos hasta Cullera, en la Ribera Baja, y desde esta última población, se embarcaban hasta Denia, en la Marina Alta, donde existían expertos calafates dedicados a la construcción de barcos y experimentados mestres d`aixa.
De esta tan arriesgada como peligrosa profesión han escrito entre otros, don Teodoro Llorente, J. Pardo de la Casta, Manolo Cambra Martí, Miguel Romero Zaiz. M. Sanchis Guarner, en su libro.- “La Ciutat de València (1983), se refiere de la manera siguiente a tan espectacular profesión.-
“(…) Hom distinguia la “fusta de mar” o d`importació desembarcada en el Grau, de la “fusta de riu” procedente dels boscos d`Aragó i del Serrans, que era devallada surant pel Túria, en rais conduïts per intrepits “ganxers” de Xelva o Ademús, i apilada en “peanyes” a Marxalenes i a la Saidia”(SIC).
Previamente a la llegada de la maderada, se ordenaba atrancar todas las compuertas de las azudes, tanto los de la parte derecha, como la parte izquierda del río, y de esa manera se propiciaba aumentar sensiblemente el caudal del rio, para mejor trajinar con los troncos por el entoncez caudaloso cauce del Turia.

Don Luís B. Lluch Garín erudito local, hace la siguiente descripción en “Los Bosques Valencianos” (1957),-
“(…) El pregonero del bosque era aquella voz que, como un heraldo corría por las calles de nuestra vieja
ciudad:
_ ¡Ha llegado la maderada!
Todos los vecinos llenaban el puente Nuevo, nuestro actual puente de San José, y se acomodaban sobre la barandilla para contemplar a sus anchas y con toda comodidad aquel curioso espectáculo (…). Nos dice y cuenta don Teodoro Llorente, en su “Historia de Valencia” que los madereros Chelvanos, y también -añado yo- los buenos madereros del Rincón de Ademuz. “Era gente sobria y valiente –sigue describiendo el citado autor-, de tostado cutis y músculos de acero, de aspecto semiarábigo, vistiendo tosco y acampanado sombrero de negrusco fieltro, fuerte chaquetón de paño pardo, voluminosa faja y cortos zaragüelles de lienzo blanco y empuñando el gancho de su oficio , fuerte alabarda con la cual guían los maderos, los separan, los recogen y dan curso habilísimamente a ese montón enorme de troncos que de el río llega, y que en cada instante amenaza con un peligroso embarrancamiento. Por un mísero estipendio –continúa el citado don Teodoro Llorente-, tres reales y medio de jornal en dinero, cuarenta onzas de pan negro, una de aceite y media azumbre de vino, pasa tres o cuatro meses aquella pobre gente, viviendo como anfibios (…).
Todo lo contrario que a los sobrios gancheros valencianos, les ocurría a los madereros de las cuadrillas de hombres conquenses
, que disfrutaban de la consideración de ser proveídos durante la travesía con la comida condimentada por mujeres, que hacían las veces de cantineras y que eran conocidas con el cariñoso sobrenombre de las bonacheras. También ha escrito sobre las maderadas F. Herrero, (LAS PROVINCIAS, 28 de noviembre, de 2006). -El siguiente párrafo corresponde a una crónica donde se reproduce cuando Pardo relata la exhibición que los madereros valencianos efectuaron en Aranjuez donde se hallaba la reina Isabel II y su corte:
“Los madereros –escribe– ejecutaron las maniobras de su oficio con presteza y habilidad y construyeron un puente movedizo, pero seguro, por el cual su majestad, seguida de sus aristocráticas damas, cruzó el río”...,
***

En 1830, el intendente corregidor de Valencia ordenó, que la madera no fuese apilada en la Rambla todo como consecuencia del peligro que suponía que una riada hiciese estrellar los troncos sobre los trece arcos de sillería que consta el puente de
San José, o de los otros puentes. Sobre los dos tajamares, espolones salientes de los pilares para frenar la corriente del agua, por aquellos tiempos había dos esculturas de Ponzanelli. Es a principio del siglo XX, cuando proliferaron los aserraderos y almacenes de madera vora riu. Las expediciones de las maderadas todavía llegaron a Valencia hasta bastante tiempo después, según aparece en un periódico de 10 de febrero 1867 que informa de que la remesa de maderas que periódicamente se trasladada al cap i casal, acaba de llegar a las puertas de la ciudad y los troncos son apilados en los almacenes y peanyes situadas en la parte izquierda del puente de San José. Els marjales moradores de este antiquísimo arrabal eran testigos preferentes de tan espectacular, como habilidoso y arriesgado trabajo de las cuadrillas en la atrevida conducción de las ingentes maderadas hasta dejarlas almacenadas en la hondonada que por aquel entonces alcanzaba desde el pont Nou (san José) hasta la actual pasarela de Nuevo centro, donde antaño se encontraba el tétrico cremador.

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